Despreciamos al honrado,
Premiamos al delincuente,
El joven muy despistado,
Todo lo nota incongruente,
Debe cambiar el Estado,
Y también toda la gente.
Existe una percepción en la sociedad actual de que los jóvenes ya no están sujetos a un régimen de valores, de respeto a la autoridad, de veneración a los adultos mayores, de responsabilidad ante la familia, los estudios, el trabajo, de sensibilidad y solidaridad con amigos y compañeros por sus problemas. Hoy destaca el egoísmo, el individualismo, el desprecio hacia cualquier tipo de autoridad y la desobediencia hacia cualquier tipo de norma o regla existente.
Yo pienso que la percepción es correcta; sin embargo, poco nos ponemos a pensar y a analizar sobre las causas que han provocado esta situación. Muchas de las acciones de los jóvenes, pueden ser resultado de la observación de lo que hacemos y de lo que hicimos los adultos. Los expertos han señalado que la enseñanza más efectiva se da con el ejemplo, lo que significa que esta condición juega en los dos sentidos: un buen ejemplo da una buena enseñanza mientras que el mal ejemplo deja una enseñanza nefasta difícil de contra restar con discursos o regaños.
No se trata de moral, se trata de ética universal, de valores y derechos básicos de las personas. No es posible seguir actuando en forma incongruente entre el decir y el hacer, tanto en el ámbito familiar, en el político y gubernamental, en el laboral, en el religioso, en el gremial, en el vecinal y en el amoroso.
He tenido oportunidad de platicar con muchos jóvenes que me han platicado que conforme van conociendo más de la vida, se percatan de que ésta es muy diferente a la que le enseñaron en sus casas o en sus escuelas. Ven a su alrededor o en sus propios casos, de que la familia no es el núcleo de felicidad que le enseñaron y la mayoría son disfuncionales. Ven que muchos políticos y funcionarios públicos ganan mucho dinero, no atienden sus responsabilidades, hacen negocios a la sombra de sus puestos y no sólo no son castigados sino que ascienden. Se enteran con todo género de detalles, de un sinfín de atrocidades, cometidas por algunos miembros de la iglesia católica y no se explican por qué las más altas autoridades de la jerarquía no actuaron en consecuencia para castigarlos y separarlos del servicio, si tuvieron toda la información y denuncias correspondientes. Se enteran del sinnúmero de irregularidades en los procesos electorales que hacen cambiar la voluntad popular, a pesar del alto gasto realizado para tener instituciones confiables y que por tanto se vuelven lo contrario. Se enteran de que la justicia se vende como cualquier otro producto del mercado, de manera que se inclina del lado del que la puede pagar mejor. Si logran conseguir trabajo, les fijan horarios que no les permiten tener una vida equilibrada emocionalmente e ingresos y prestaciones insuficientes, pero los motivan para que le tengan amor a la camiseta.
Si un miembro de una familia delinque, parte de la familia lo protege para que no sea castigado. Si un funcionario comete un delito y lo denuncian su partido lo cobija y cierran filas para que no lo castiguen. Si un jerarca religioso resulta pederasta, las autoridades descalifican a los demandantes y hasta que el agua les llega al cuello, reconocen una pequeña parte del problema sin resarcir a los afectados.
Tenemos que empezar a cambiar, desde la cuna y las escuelas. Debemos reconocer y premiar las buenas acciones y despreciar y castigar a los delincuentes. Esa si sería una verdadera Reforma Estructural que requiere políticas públicas ad hoc. ¿o no?
miércoles, 7 de abril de 2010
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