Ahora todo es rapidito,
Incluyendo hasta el comer,
Todo es aceleradito,
Nada se hace con placer,
Cambiemos ese estilito,
¿Para qué tanto correr?
En el mundo moderno parece que todo debe ser rápido, como si fuera sinónimo de eficiente. Todos tenemos prisa para trabajar, para compartir con amigos y familiares, para comer y hasta para amar. La tecnología que cambia minuto a minuto nos va metiendo en sus garras y nos hace cada vez más dependiente de ella.
Este estilo de vida está afectando sobre todo a la juventud, que está perdiendo el sentido del placer y que padece de la enfermedad de la época que es el estrés. En un estudio en Alemania realizado en un lugar de veraneo con playas, canchas deportivas, albercas, restaurantes y hasta salón de internet, llevaron a 50 muchachos y 50 muchachas durante un fin de semana para que convivieran. Los resultados del estudio fueron contundentes y preocupantes. Más del 85% de los asistentes pasó la mayor parte del tiempo en la sala de internet, chateando con personas de China o de África o de América, iban al comedor por un bocadillo y un refresco, para no perder tiempo. La convivencia entre ellos resultó mínima, las playas, las albercas y demás instalaciones tuvieron poca asistencia. En sus ratos libres hablaban por celular o practicaban algún juego electrónico individual. En la noche asistían a la disco, solicitaron mayor volumen de la música y casi no platicaban entre sí.
Dentro de esta modalidad de vida vino la comida rápida “fast foud” en los restaurantes, en la comida para llevar y en la que venden los supermercados para prepararse en casa. El objetivo es comer perdiendo el menor tiempo posible. Este tipo de alimentación, no permite disfrutar del placer del comer, ni de platicar con otros comensales y elimina las productivas, divertidas y relajantes charlas de sobre mesa, pero además y lo más grave es que no es saludable, es caro y produce diversos males incluyendo la obesidad, con todas sus nefastas consecuencias.
Para contra restar esta penosa realidad, en 1986 en la provincia de Cuneo, Italia, nació un movimiento internacional que se contrapone a la estandarización del gusto y promueve la difusión de una nueva filosofía que combina placer y conocimiento. Se le designa como “Slow Food” y tiene como símbolo el caracol, emblema de la lentitud. El Movimiento está presente en más de 50 países de todos los continentes y cuenta con más de 80,000 socios. Dentro de sus objetivos destacan los siguientes:
a) otorgar dignidad cultural a los temas de la comida y la alimentación; b) individualizar los productos alimenticios y las modalidades de producción ligados a un territorio; c) elevar la cultura alimentaria de la ciudadanía y, en particular, de las generaciones más jóvenes, para lograr la plena consciencia del derecho al placer y al gusto; d) promover la práctica de una calidad de vida distinta, basada en el respeto al ritmo y tiempo naturales, al ambiente y la salud de los consumidores, favoreciendo la fruición (gozo o placer) de aquellos que representen la máxima expresión cualitativa.
Como se puede apreciar, hay grupos activos que proponen alternativas y se resisten a aceptar con resignación el estilo de vida impuesto por la modernidad. Hay que apoyar este tipo de movimientos y solicitar políticas de Estado que contribuyan a promover sus objetivos. Tenemos problemas y no dedicamos tiempo suficiente para analizarlos ni para resolverlos. Recordemos el sabio y viejo refrán: “Despacio que voy de prisa”.
jueves, 18 de marzo de 2010
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