La gente para luchar,
Busca una organización,
Si la quiere prestigiar,
Debe actuar sin corrupción,
Al que hace mal, expulsar,
Para hacer depuración.
El ser humano tiene la necesidad de organizarse para diferentes fines, ya sea para defender intereses comunes en el trabajo o en su comunidad, o para unirse con personas afines, con inquietudes similares, ya sea deportivas, culturales, políticas, humanitarias, espirituales, o para difundir los conocimientos de su gremio, o bien para luchar por el poder con personas que comparten ideologías y visiones de futuro. Así se han formado sindicatos de trabajadores, organización de colonos, clubs deportivos, centros culturales, iglesias, colegios de profesionistas, partidos políticos, etc.
Cada grupo se organiza y opera de acuerdo a ciertas reglas conocidas y aceptadas por los que ingresan como miembros del grupo y define su propio método de trabajo. El prestigio de un grupo se determina por el prestigio tanto de sus integrantes, como de las personas que los dirigen o representan. Cuando alguno de los miembros realiza acciones indebidas o ilegales desprestigia al grupo, si éste en lugar de castigarlo, sancionarlo y hasta expulsarlo, como medida de autodepuración, lo encubre y lo protege, convirtiéndose en cómplice. Cada día nos percatamos con tristeza que son muchos los grupos importantes que en lugar de la autodepuración, prefieren callar, ocultar y encubrir malas acciones y hasta delitos de algunos de sus miembros, pensando equivocadamente que si trascienden hacia el exterior los informes de los hechos indebidos y los castigos correspondientes, la organización se va a desprestigiar ante la opinión pública, cuando en realidad, el verdadero desprestigio viene cuando esa opinión pública se entera no sólo de los ilícitos, sino de la actitud complaciente y deshonesta de la organización o al menos de sus dirigentes, que habiendo conocido de los mismos, prefirió cerrar los ojos y seguir adelante.
Miguel de la Madrid, hace unas cuantas semanas, fue entrevistado por Carmen Aristegui é hizo una tremenda confesión: “la estabilidad del sistema político se debe a que los que llegan al poder protegen a los que se van”.
Esta práctica se ha vuelto común en sindicatos, familias, asociaciones y no se diga en partidos políticos, gobierno y grupos religiosos. La clase política se han convertido en una de las más desprestigiadas del país. Nos enteramos de corruptelas, malos manejos, crímenes y ni la autoridad los castiga ni su partido político los sanciona o expulsa y muchos de los señalados mantienen liderazgo en sus partidos.
La jerarquía católica no se salva de esta práctica, pues cuando ha habido demandas contra sacerdotes pederastas, las autoridades eclesiásticas en lugar de ponerlos a disposición de las autoridades, los protegen, niegan el delito y los cambian de adscripción, para que hagan de las suyas en otro lado. Mención especial merece el caso de Marcial Maciel fundador de los Legionarios de Cristo, sobre el que pesan acusaciones muy serias desde hace más de 50 años, que cada día salen a la luz mas fechorías y que se comprueba que las autoridades tenían la información de los hechos y prefirieron callar, negar, encubrirlo y a punto estuvo de que lo quisieran canonizar.
Los graves problemas del país no se discuten, pues nos tienen entretenidos con los chismes políticos y religiosos. ¿Pero saben que es lo peor?, si claro, acertó. Cada día hay más pruebas para castigar a los culpables y ¡no pasa nada!
miércoles, 10 de marzo de 2010
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